A mi padre lo llamábamos Pey. Pey y payé para nosotras era lo mismo. El payé,
que en el idioma guaraní quiere decir ‘el que sabe’, era antes de la
occidentalización de los pueblos tupi, algo más que un chamán. Para las tribus
guaranís el payé era quien sanaba a los miembros del clan de las enfermedades y
los malos augurios.
Leónidas Garbantes, pintor argentino, lo eternizó en el grabado que abre este 'post'. Y lo llamó el que vela por la limpieza y la higiene personal.
Mi padre siempre tuvo una
obsesión por la limpieza. Por el agua saneadora, la higiene y la armonía corporal.
Los guaranís eran uno de los
pueblos más sanos y fuertes de todo el hemisferio austral. Así me lo decía mi papá y lo reconocieron
los primeros españoles que se encontraron con ellos. A parte de su buena alimentación,
basada en el maíz, y el mate, y los animales que produccian los ríos por donde
transcurría su vida, - no solo devoraban pescados y anfibios, sino que también comían y
cazaban mamíferos y reptiles- tenían un
concepto que muy claro del valor sagrado de la limpieza corporal y el aseo
personal. El agua que discurría por sus territorios facilitaba esa higiene. Y
el valor mítico que tenían del liquido elemento, como engendrador y portador de
vida, también influyó en esta cultura del cuidado personal del cuerpo.
Para entender aquella primitiva
sociedad tupí, hemos de partir de la idea de que no existía una frontera
definida entre los mundos "terrenal" y "espiritual", tal como
pasa en todas las sociedades animistas. Para ellos todo constituía una sola
realidad. Lo espititual (el cielo, la mente, los dioses), y lo terrenal (la tierra,
lo corpóreo, el hombre) son una misma realidad unido por la magia. Y la
comunicación entre los hombres y lo sagrado se establecía a través de los
sueños y que solo podía interpretar y controlar el payé.
‘Este personaje, el payé, devenía
tal por inspiración y desde el vientre materno, y no debido a un entrenamiento
especial o por pertenecer a un determinado estrato o círculo social’ nos dice el
egiptólogo Jorge Roberto Ogdon. Es decir, nacía, que no se hacía. Era un don, un
atributo que tenían los payé, reservado a ciertas personas, pero transferido de forma innata.
El gran rol de payé, en
estas sociedades, era, a parte de unir los espiritual con lo humano, lo divino
con lo material, era el curar y prevenir a las personas de los males físicos y las
angustías mentales.
El payé, el pey, curaba, tenía
poderes para contrarrestar un "daño", un mal espíritu. Era un médico.
Obviamente, también era un
herborista capaz, como usualmente lo suelen ser los chamanes en todos lados. El
herbarium de la región paraguaya es pletórico en plantas útiles y eficaces que
se emplean para sanar. Y como no, también
el payé utilizaba el sueño como terapia curativa. Una vez despierto el enfermo,
el payé ponía en práctica una serie de operaciones o ritos, destinados a
extraer y expulsar al invasor, que había provocado la enfermedad en el
paciente. Estas operaciones, las recuerdo muy bien, básicamente eran las siguientes:
Cura por succión: chupar la
región del cuerpo en donde se supone que las entidades intrusas (la enfermedad )
se encuentra ubicada. El besar es la expresión sublime de esta succión.
Cura por soplo: el payé sopla
sobre la víctima y, de esta manera, introduce en su cuerpo una fuerza mágica
que pone fin a la causa de la enfermedad. Es el soplido benefactor que nos da aire
y equilibra nuestra temperatura.
Cura por rezo: se recurría a ella
en casos severos y cada payé tenía sus propias e intransferibles oraciones para
poder erradicar estas poderosas enfermedades. Es la forma de canto, acompañado del ron ron de la música, para erradicar
nuestros males. 'Quien canta su mal espanta'.
Cura por hierbas: que el payé conoce
y usa un amplio espectro de especies vegetales, así como otras sustancias del
mundo natural, a fin de preparar la medicación correcta y eficaz con que
restaurar la salud del paciente y derrotar a la enfermedad. Base de la farmacopea
de siempre.
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Payé |