miércoles, 15 de febrero de 2012

El miedo al mar salado


El mar guaraní es la imagen viva del río mítico que devino en mar.

Según, la etnóloga Irma Ruiz, cuando analiza la cosmología guaraní, comprueba que la palabra Paraguay - el "paráry ju" y "paray" de los chiripá y paĩ, de los mbyá de Paraguay y Argentina respectivamente- designa el concepto «mar». O mejor, la transformación de este río en mar o “manantial de mar”. Ya Antonio Ruiz de Montoya, en 1639, dedujo, y así lo tradujo al español, que "pará" significa exclusivamente mar, de allí que traduzca "paraguaçú", como mar grande, expresión cuyo adjetivo ya dice de por sí mucho más.

La cosmología guaraní nos descubre que "para" no se trata solo del uso de «mar» simplemente como una gran extensión de agua, sino como el lugar o medio de tránsito para acceder al Paraíso perdido (la Tierra sin Mal). Y es aquí donde parece que el mar juega un papel tan importante en un pueblo que vive en lo más remoto del continente y cuyo carácter es de naturaleza mediterráneo.

Hay leyendas que cuentan que cuando los guaraní, efectivamente, tras su gran peregrinación por las selvas y ciénagas interiores del continente sudamericano, llegaron al mar, después de siglos de lento y largo viaje interior, se atemorecieron. La impresión de las olas rompientes, que parecen arremeter constantemente contra la tierra, les resultó siniestra y aterradora: creían encontrarse ante el fin del mundo.

Aún hoy, los guaraní mbyá del litoral del Brasil temen al mar y no aprovechan sus playas, lo cual contrasta con su costumbre de nadar, divertirse e higienizarse a diario en los arroyos y ríos que surcan la selva del interior.

El mar salada, con su constante oleaje contra la costa, el violento viento, la inmensidad del horizonte, las corrientes contra las playas, contra las mismas aguas del río en el gran estuario «obstaculizaba la marcha» a los guaraní hacia el Paraíso, situado, según sus leyendas, en Oriente. Pero esta misma dificultad cósmica «garantizaba que el ‘más allá’ existía».

Imaginemos la escena que nos cuenta Irma Ruiz. “Llegar al litoral atlántico significa (para los componentes de la gran emigración guaraní) efectuar una comprobación importante: es el lugar donde a sus ojos termina la tierra, y comienza un “agua grande”, como dicen sus tradiciones, es decir, el camino o la puerta que los ha de conducir al Paraíso. Pero al comprobar esta espantosa y cruel realidad del mar, para sus ojos y experiencias cotidianas de seres de tierra adentro y de aguas fluviales, huyen”.

Pero a pesar del pavor experimentado y de la huida, reconocen que es un lugar encantado, un preámbulo imprescindible y necesario para acceder al Paraíso. Y además, comprueban que el agua que reina en esta inmensidad líquida no es dulce, sino que se ha transformado en una inmensa agua contaminada, dominada por la sal.

La sal es materia tabú en la cosmología mágica guaraní. Está prohibido su uso en ceremonias mágicas y religiosas, por lo que les hace pensar que el "para" -el mar- es el auténtico territorio
mágico, reservado a los iniciados. El espacio cósmico solo apto para los elegidos, que pueden llegar al segundo ámbito -cielo- de su cosmos.

Esto nos hace comprender por qué los primitivos guaraní incluyesen obsesivamente el elemento mar en su cosmología. Tal vez porque los tupi y guaranís ocuparon en un tiempo legendario la costa atlántica americana y ésto quedó en el recuerdo, generación tras generación, a pesar de convertirse en un pueblo errante en medio de las verdes selvas y ciénagas sudamericanas. Y esta idea del eterno retorno, marcó toda su mitología y espiritualidad.

foto: conplumaypapel

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